Comentario
La formación de la polis y de la politeia corre en paralelo con la identificación de una chora como territorio de la ciudad, a pesar de las diferencias que pueda haber en la distribución de las parcelas. Su defensa implica a todos los miembros de la colectividad interesados en conservarla, dentro del proceso de ampliación y colonización interna de las diferentes comunidades que se constituyen como poleis. La actividad militar se convierte así en el eje en que confluyen los intereses económicos de los campesinos con los aristócratas que tienden a acumular tierras a costa de los primeros. El sinecismo unifica las tierras de los diferentes oikoi a escala política, integra las clientelas en la ciudad y crea una nueva clase dominante, la oligarquía formada por los sectores del demos que, en cada caso, han logrado acceder a las parcelas de la chora, el kleros, y han pasado por ello a convertirse en parte interesada en su defensa. Demos es, en definitiva, un término que alude originariamente al territorio objeto de distribución entre los miembros de la comunidad, dasmós. El sistema de la polis viene a ser una consolidación de tal comunidad, dentro del proceso conflictivo formado por la contraposición entre acumulación y resistencia.
Esta nueva clase de propietarios, vieja como heredera de la comunidad campesina, es también la que forma el grueso del nuevo ejército hoplítico, la que también se llama, aludiendo a esa función, clase hoplítica. Pueden admitirse diferentes posturas, radicalmente contrapuestas o llenas de matizaciones, acerca de la prioridad del carácter militar o del carácter económico o social de los hoplitas. Por una parte, su papel en la defensa de la ciudad les confiere el peso suficiente para apoyar sus reivindicaciones en el plano político y en el disfrute de la tierra, garantizado institucionalmente, pero, por otra parte, sólo la preocupación por la defensa de un territorio propio, disfrutado de modo colectivo con todas las diferencias reales que se quiera, permite pensar en la existencia de un ejército como el ahora creado.
Puede admitirse que los primeros armamentos pesados fueron proporcionados por los poderosos a sus clientes, en las formaciones más primitivas que puedan caracterizarse como hoplíticas. Sin embargo, la configuración del cuerpo cívico como ejército de combate requiere una participación libre y masiva. En el nuevo ejército, el soldado costea su propia armadura, pesada y cara, compuesta de lanza, casco, grebas o canilleras y, sobre todo, del escudo redondo que se sujeta al brazo izquierdo, con lo que el soldado se protege a si mismo y a su compañero, que a su vez protege al que le sigue por la izquierda. De este modo, el ejército actúa de modo compacto, sólida y solidariamente, sin que quepa ni la huida individual ni la hazaña personal. Los ejércitos sólo actúan en campo abierto, para proteger o para ocupar nuevos territorios cultivables. La guerra hoplítica es una guerra típicamente agraria, donde no importa la captura del prisionero ni la destrucción del enemigo, sino la ocupación y demarcación del territorio. Por eso el hoplita combate en falange, formación sólida sometida a reglas, a campos de batalla específicos y a alineaciones concretas, donde el lado izquierdo tiene que ser el protagonista de la acción, pues el flanco derecho no tiene escudos que lo protejan.